A altas horas de la noche, suelen ser los mejores momentos para pensar, para indagar dentro de tu cabeza a ver si encuentras soluciones a problemas y preguntas que rondan por tu cabeza. Durante el día surgen cosas, situaciones, momentos que te quitan esos periodos de tiempo que empleas para ti, y para tus pensamientos. Pero cuando llega la noche te encuentras solo, en una habitación oscura, tirado en una cama mirando al techo. Es entonces cuando nada ni nadie te molesta. Estás solo, solo con tus pensamientos. ¿Eso es bueno? Quizá sí, quizá no. En ocasiones esos momentos son los momentos clave en los que encuentras soluciones a mil problemas, pero en otras ocasiones, esos momentos solo sirven para pasar una noche en vela pensando en todo lo que podrías hacer, o quizá, todo lo que podría suceder; tanto si no haces nada, como si haces algo. Y pasan las horas, y el reloj avanza, mientras en tu cabeza no dejan de brotar más y más pensamientos, pensamientos incontrolados. Pensamientos que no preguntan antes de entrar, pensamientos que aparecen por que sí, aunque no tengan razonamiento alguno.
Es entonces cuando algunas personas, tras saber y vivir todo esto, odian las noches. Odian la soledad, odian tener momentos para ellos solos porque saben que no pueden huir a sus propios pensamientos.
Pero todo el mundo necesita pensar de vez en cuando, y sabes que es lo que hay que hacer, aunque no te guste. Porque si nadie pensara… ¿cómo estaría el mundo? Un mundo sin razón, sin lógica… Un caos.
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