Cuando alguien muere por su propia voluntad, te preguntas por qué lo hizo. Pero es demasiado complicado ponerte en la mente de alguien que ha decidido acabar con su vida con apenas 16 años.
A diferencia de muchas personas y de todos sus amigos, seguramente yo pueda entenderlo mejor. Y no por sentirme importante, sino porque yo también lo intenté.
Sé lo que es estar al límite y sé lo que es estar pensando durante semanas o meses en esa idea de acabar con todo sin decírselo a nadie.
Es imposible averiguar por qué lo ha hecho, sobretodo ahora que su vida ha llegado a su fin; aunque también es prácticamente imposible saber por qué lo haces aunque salgas con vida de aquel intento.
Hay veces que llegas a un momento de tu vida en el que no ves nada, excepto lo malo. Es como si te pusieran una venda en los ojos y te dejaran la mente en blanco exceptuando la idea de acabar con tu vida. No piensas, no sabes pensar, simplemente lo haces y punto. Nunca te paras a pensar en el daño que vas a causar a tu familia, tus amigos o tus compañeros. Sólo ves que todo te va mal, que no tienes nada y que jamás consigues tus planes o tus propósitos por mucho empeño que pongas. Y poco a poco te vas consumiendo, vas perdiendo fuerzas, ánimos... hasta que llega ese día en el que ya no puedes más, o por lo menos es lo único que ves. Donde la única salida que ves es suicidarte para dejar de hacer daño a la gente y para dejar de sufrir tú mismo.
Sé que yo no tengo la culpa, pero quizá si hubiera podido hablar con él antes de ese trágico día, hubiera podido cambiar su forma de ver la vida; pues a mí me pasó al sobrevivir a tres intentos de suicidio.
Ahora lo único que me queda es dar mi más sentido pésame a toda su familia, amigos y compañeros; y mi más triste "adiós" a ti. Te aseguro que aquí abajo nadie te olvidará.
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