Por regla general, la sociedad se empeña en recordar los peores momentos de nuestro propio pasado, las amistades perdidas, los amores que acabaron, los peores golpes que nos han dado y los que nos hemos dado nosotros mismos, las malas decisiones…
Pero, ¿qué pasa si miramos lo bueno?
Eso he hecho yo, rememorar una amistad, o quizá algo más que eso, que llegó a mi vida el verano de 2011.
Cuando me paraba a pensar en aquel año, lo veía todo oscuro, triste, realmente desastroso… Pero cuando encontré aquellos recuerdos que me llevaron a aquella época, me di cuenta de que entonces no supe valorar lo que tenía. Lo miro, y ahora pienso que realmente tenía todo lo que necesitaba. Tenía a alguien que me escuchaba en todo momento que yo lo necesitaba. Tenía a alguien que me entendía mejor que nadie. Tenía a alguien que me hacía reír con cualquier tontería pasara lo que pasase. Tenía a alguien que me acompañaba a jugar a tonterías cuando necesitaba despejar mi mente. Tenía a alguien a quien podía llamar a altas horas de la madrugada, aunque tan sólo fuera para hablar. Tenía a alguien que se quedó mientras el resto se fue.
Me he dado cuenta de ello en el momento en el que todo eso se fue. Él se fue y entonces me puse a buscar recuerdos con él. Encontré aquellos recuerdos que me hicieron entender cuántas cosas estaba dejando de valorar solo por, quizá, simple rutina.
A estas alturas de mi vida, creo que entiendo mejor que nadie esa frase de “Nadie sabe lo que tiene hasta que lo pierde”. Hay cosas que no tienen solución, pero ¿qué pasa con las cosas o situaciones que sí la tienen?
Y aquí estoy yo, luchando por algo que volveré a conseguir. Porque vale la pena luchas por las cosas buenas de la vida.
lunes, 17 de febrero de 2014
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